La historia sin fin



Imaginar. Fantasía. Escapar de la realidad. Siempre que pienso en fantasía, lo primero que viene a mi mente es la película que da titulo a este post que trata de la historia (sin fin....cuac!) de un chico llamado Sebastián que tiene que salvar un mundo creado en base a las fantasías. Ayer, mirando una serie por televisión y mucho tiempo al pedo, (creo que es innecesario decir el nombre de la serie, es suficiente decir que era una serie que mira la gente nerd) comentaban cual era el significado de la palabra engaño y sus maneras de violar la ley; uno de ellos comentaba que fantasear con otra persona ya se lo podía considerar engaño. Fue en otro momento mucho mas tarde cuando sin pensarlo fui analizando en detalle todo lo que tiene que ver con las fantasías.

Desde hace mucho tiempo que he intentado apagar mi imaginación, mi mente y mis recuerdos; me he dado cuenta que el golpe que recibo cuando vuelvo a la realidad es muy doloroso, principalmente porque me memoria no tiene techo ni fin, segundo porque no conoce destino; es una cadena de pensamientos unidos de sentimientos en forma de placebo que me alegran, temporalmente la vida pero que el efecto al dejar de tomarla es demasiado doloroso para soportar. Consigo entonces, un círculo vicioso de pensamientos y sentimientos del cual no puedo salir. De hecho, ¿Quién querría salir?

Una idea me lleva a la otra, una sensación me conduce a otra felicidad nueva y desconocida, y un éxito nuevo me relaja de una manera que ninguna otra cosa en el mundo lo hace. El problema es mi ansiedad en todo el asunto; esa ansiedad y obsesión que me genera el fantasear, imaginar un mundo perfecto que no existe y que, cuando existe, me sirve como placebo pasajero de esta realidad. Como resultado, se genera un vació en el pecho que cada vez es mas fuerte y que cada vez me cuesta controlar mas. Que me acelera el pulso, el corazón. Que se va, de a ratos, para renacer con mas fuerza y recordarme, que hay cosas de las que no se puede escapar.

Es evidente que todos los fines no son fines perfectos. Pero el bien supremo constituye, de alguna manera, un fin perfecto.

Todo proceso, fantasía, tiene varias etapas: La inigualable exaltación del inicio, de lo desconocido, de crear, generar algo de la nada. La emoción por el crecimiento, por ver que lo que comenzó siendo una simple moneda de diez centavos, hoy son diez pesos; para pasar a la cresta de la ola: El punto mas alto que se puede conseguir, que se puede llegar para comenzar un doloroso descenso: La depresión. Esa depresión de saber que lo mejor ya pasó, que se haga lo que se haga no se puede volver. Ya que todo tiene un principio y un final, todo tiene un punto alto que, conseguido, no puede hacerse mas que disfrutarse y recordarlo con cierta dulzura. Y la indignación, recriminación. Maldita indignación de no poder escapar de un destino final. De un cruel destino y reproches ante lo no realizado. ¿Hubiera conseguido el mismo destino de otra manera? Tocar fondo se convirtió en la base en la cual reconstruirse. Un poco de fracaso es inevitable; es imposible vivir sin fallar en algo, a menos que viva con tanto cuidado que no viva del todo (y en ese caso, fallar por omisión).

He tenido, sucesivamente, todos los temperamentos: el colérico en mi infancia, el sanguíneo en la juventud; más tarde, el bilioso, y, por fin, el melancólico, que, probablemente, no me abandonará ya.

Nunca es agradable vivir el fin de algo.

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