Gonzalo

Al amanecer, la lluvia continuaba castigando los cristales.
¡Con semejante día, tener que ir a la clase de psicopatología en ese miserable hospital! De nuevo, escuchar palabras y palabras, jamás un intento de terapia eficaz. A veces hubiera preferido elegir otra especialidad, como cirugía o ginecología. Allí todo es más concreto, más técnico. Los órganos se palpan, están a la vista, tienen forma, peso, color, se desangran, degeneran, se pudren. Pero la mente... ¿Qué cosa es la mente? ¡A veces me pregunto si realmente existe o es un producto de la imaginación! ¿Cuál es el paso que lleva a la locura? ¿Dónde están los medios para prevenirla? Y sabiéndolo, ¿qué se hace en éste y en tantos otros hospicios para devolver la salud a los enfermos en estado de abandono, ignorados por los propios médicos y familiares?
¡Vaya tratamiento el de los hospitales psiquiátricos! El decano de la facultad, conservador ("no te metás"), se negaba a cambiar los viejos esquemas. ¡Los pacientes! Él no se acostumbraría nunca a verlos sucios, hacinados, con hambre, sin una palabra, sin una mirada...
Esa noche, la tormenta no le permitió dormir. Permaneció con los ojos abiertos, fijos en una holgazana y terrosa polilla que estaba prendida al cielo raso, mientras una lámpara mortecina poblaba las paredes de imágenes...
Los pensamientos lo invadían como el torrente a las indefensas piedras del río. "El país no tiene salida... igualito que en el Perú." Ya no quedaban científicos ni se podía practicar una buena medicina. Los que realmente valían estaban en el exterior.
Sólo le faltaban dos meses para terminar la especialidad; estaba bastante avanzado en el estudio del inglés y pelearía por obtener una beca para estudiar Psiquiatría en los Estados Unidos.
Salió del departamento sin desayunar. Atravesó la lluvia hasta la estación de subterráneo. Por suerte, encontró un asiento desocupado junto a la ventanilla. Mientras miraba correr las negras paredes del túnel, volvió a recordar lo sucedido con el jefe de la cátedra, la mañana anterior. Había quedado malhumorado y confundido. Nunca se pondrían de acuerdo sobre la necesidad de cambiar los tratamientos en las instituciones mentales.
Tomó luego el ómnibus que, trotando pesadamente sobre los adoquines de la calle Brandsen, lo dejó frente al paredón gris del Hospital Borda. Esa muralla, un eufemismo cuya única función era esconder el abandono. En el interior, esquivó basurales y cruzó corredores húmedos con paredes desnudas y de revoques heridos.
Cuando Gonzalo llegó a la sala, después de haber luchado contra la correntada de aire de los pasillos, el doctor Méndez estaba comenzando la presentación de un caso de psicosis: "Crisis catatónica de un esquizofrénico". Frente a él, un enfermo esquelético y desnudo permanecía totalmente ausente, los ojos fijos en un punto indescifrable, la cabeza rapada.
-Pueden experimentar con él cualquier cosa -afirmó el profesor-. Intenten quemarlo, pincharlo con alfileres y verán que no reacciona. Pueden colocarlo en las posiciones más insólitas, aquéllas en las que uno de nosotros se desplomaría. Estos enfermos desafían la ley de gravedad, ¿ven?-dijo mientras, sin ningún esfuerzo, doblaba el brazo del hombre. Se quedará así, o en cualquier otra posición en que lo coloquen.
Mientras iba explicando, sacudía con violencia el cuerpo del infeliz, que cambiaba de postura según quisiera el profesor.
-Los músculos pierden la tónica normal -continuó diciendo el doctor Méndez. -El cuello puede girar totalmente hacia atrás, los brazos pueden hacer movimientos imposibles. Es lo que se denomina "flexibilidad cérea", es decir, de cera. Continuará en un estado de completo estupor, sin movilidad ni actividad espontánea. Puede permanecer mudo y presentar una obediencia automática. La excitación cerebral excesiva de estos enfermos los inhibe totalmente, como un motor en loca carrera, teniendo el coche embragado. Este exceso es el que no les permite conducirse y actuar normalmente.
-Como ven, éste es un caso típico de catatonia. Se trata de un individuo con pérdida de conciencia y autonomía, sin reacciones, como... "sin alma".
Y mientras hablaba, lo manejaba, moviéndolo como un muñeco articulado.
A continuación, lo condujo hasta las duchas y, sujetándolo de los brazos, lo ubicó debajo de una de ellas. Abrió el grifo y una arrítmica lluvia de agua helada comenzó a caer con fuerza sobre el desdichado.
Los residentes continuaban en silencio.
-No se preocupen -aclaró el profesor Méndez, adivinando el malestar de sus discípulos frente a la agresión. -No va a reaccionar. Ya les expliqué que estos enfermos no sienten ni frío ni calor... ni nada.
Luego, dando por finalizada la presentación del caso clínico, dejó al enfermo junto a la ducha y salió al patio seguido por los atónitos alumnos. Tenían que observar otro caso diferente antes de dar por finalizada la clase.
Gonzalo quedó tan inmóvil como el hombre que tenía frente a él. Al cabo de unos instantes, sacudió la cabeza, como para ahuyentar sus razonamientos. ¿Qué era lo que estaba esperando allí? Le acababan de informar que estos enfermos nunca reaccionaban... Abrió un armario descascarado y revuelto y sacó una toalla usada. Secó con ella al paciente y lo llevó a su cama. El pobre quedó tendido sobre las sábanas harapientas.
Abandonó el hospital más decepcionado e impotente que nunca.
Dos semanas más tarde, volvió a recorrer el pabellón. Mientras se encontraba en uno de los recintos, un hombre se le acercó y le dijo:
-Gracias.
Gonzalo, sin reconocerlo, le preguntó:
- ¿Gracias? ¿Por qué?
-Por sacarme de la ducha aquel día.
- ¿Quién te contó?
-Yo me acuerdo -respondió el hombre.
- ¿De qué?
-De que me secó y me llevó a la cama.
No pudo responderle. Sólo atinó a preguntarle su nombre.
-Juan -contestó el enfermo.
De pronto, Gonzalo se encontró en la calle. Detuvo un taxi y, sin saber exactamente qué hacía, dijo en forma automática:
-Chofer, ¡a la Universidad! Viamonte al 400.
Abrió la puerta del departamento de Becas en forma decidida. Solicitó detalles y formularios para postularse a la beca exterior, y regresó al departamento. Algún día él, Gonzalo Duncan Acosta, iba a transformar los hospitales psiquiátricos del país.

Texto

A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.

Haruki Murakami

Filosofía de Jueves

¿Qué nos pasó? Tal vez estamos en el mundo para buscar el amor, encontrarlo y perderlo, una y otra vez. Con cada amor volvemos a nacer y con cada amor que termina se nos abre una herida. Estoy llena de orgullosas cicatrices.

Isabel Allende

He encontrado el secreto de tus ojos

Mírame
busco en el fondo del pozo la cantárida dorada
y para salvar a la noche asesino a los noctámbulos
mírame hasta el agotamiento de las fuentes
donde el temblor se deshace
en la inmovilidad de tus ojos
¿desde qué día señalado por la ausencia de horas
has dejado de creer en la noche?
el amor es una forma de la maduración de los ríos
es un pasatiempo vertiginoso al borde del abismo
y tú has comenzado a caminar por la cuerda de mis sueños
a embellecer la muerte de los pasos.

Para que sólo tu luz me ilumine
ordena que hoy sea el último día
ordena que se derrumben las alturas
arranca la blanca mancha del sol
de otros ojos extraños que pasan.

Mírame
mírame en la luz de un universo sin mundos
en la luz de esa aurora feroz
mírame con tus dientes
y a través de la espuma
de océanos interminables que nos acechan.